La honestidad de las acciones de una persona depende de su estatus social

Un alto estatus social y los méritos ambientales alientan a una persona a comportarse de manera deshonesta, engañar a los demás y quebrantar la ley.

Aquí, al parecer, surge una pregunta importante: ¿quiénes son más honestos, los ricos o los pobres? O, en una formulación más científica, ¿cómo depende el carácter moral del nivel de ingresos y la posición social?

Hasta hace poco, todos los habitantes de la URSS debían considerar a la burguesía adinerada como moralmente corrupta, deshonesta, etc. Por otro lado, existe una tradición centenaria de tratar a la "gente mezquina" como mezquina en todo el sentido de la palabra; solo la aristocracia poseía nobleza de alma y pensamiento. Al mismo tiempo, claro está, rara vez alguien se considera a sí mismo y a sus seres queridos peores que los demás: los ricos se consideran los guardianes de la moral; los pobres, por el contrario, acusan a los ricos de hipocresía, y la justicia y la honestidad se atribuyen tradicionalmente a los pobres. Ambos puntos de vista son justificables: los pobres harán cualquier cosa para enriquecerse, y los ricos (¡con su dinero!) pueden fácilmente ignorar las opiniones ajenas.

Psicólogos de la Universidad de California en Berkeley (EE. UU.) decidieron investigar experimentalmente si la honestidad de las acciones depende del estatus social de una persona. Los investigadores trabajaron con varios grupos de voluntarios, de entre 100 y 200 personas. Primero, se pidió a cada uno que calificara su propio estatus social en una escala de 10 puntos, considerando parámetros como el nivel de ingresos, la educación, el prestigio laboral, etc. A continuación, se realizó la "prueba de deshonra". Se pidió a los sujetos que jugaran a un juego de computadora similar a un dado convencional. Cuanto mayor fuera el resultado, mayor sería la recompensa. Pero si en un dado convencional sabemos que es imposible obtener más de 12, en la versión para computadora solo los experimentadores conocían esta limitación. Resultó que la "alta sociedad" es más propensa a hacer trampa: los ricos indicaron tres veces más a menudo un resultado mayor que 12, aunque no hubieran podido obtenerlo.

Parecería que esto es totalmente coherente con la sagrada ideología antiburguesa soviética. Pero el experimento continuó. Se pidió a los sujetos que se compararan con otras personas de diferentes estratos sociales, desde Donald Trump hasta una persona sin hogar. El experimento se diseñó para que los voluntarios, al compararse con otros, ascendieran o descendieran hasta el nivel en el que se encontraba el "modelo". Después, se les pidió a los participantes que tomaran dulces que estaban allí mismo, pero que supuestamente estaban destinados a los niños que participaban en un experimento realizado en un laboratorio cercano. Así, si la persona pobre se sentía igual a la rica, tomaba más dulces de los niños que la persona pobre común y corriente que conocía su lugar.

En otra versión del experimento, los participantes debían explicar cómo se podía beneficiar la avaricia. Simultáneamente, a algunos se les mostró un ejemplo de cómo la avaricia podía contribuir al logro de una meta profesional. En este caso, incluso los más desfavorecidos comenzaron a sugerir diferentes maneras de beneficiarse de la avaricia: por ejemplo, privar a los empleados de bonificaciones, cobrar de más a los clientes, llevarse a casa "galletas" públicas de la oficina...

En la etapa final del estudio, los psicólogos realizaron un experimento de campo: en una intersección concurrida de la ciudad, pidieron a los transeúntes que se acercaran a la "cebra", como si quisieran cruzar la calle, mientras los científicos monitoreaban el comportamiento de los vehículos. Según la ley de California, un conductor, si ve a un peatón preparándose para cruzar la calle, está obligado a detenerse y dejarlo pasar. Sin embargo, se observó que solo los propietarios de marcas baratas y poco prestigiosas se inclinaban a cumplir la ley. Los coches de lujo reducían la velocidad al ver a un peatón tres veces menos. Curiosamente, los propietarios de marcas híbridas ecológicas se comportaron exactamente igual.

Los investigadores creen que cuidar el medio ambiente a través de un coche híbrido otorga a su propietario una especie de "licencia moral" por sus méritos: el derecho a actuar de forma poco ética, sin atender a los intereses de los demás. En general, los resultados del estudio no indican que pertenecer a una clase social específica nos haga mejores: si una persona ve la oportunidad de ganar dinero extra, de ascender socialmente (aunque sea una ilusión), olvida fácilmente que es pobre pero honesto. Es imposible hablar de la honestidad innata y la alta moral de los "trabajadores comunes". Resulta ser un círculo vicioso: cuanto más alto asciende una persona, más deshonesta se vuelve, y cuanto más deshonesta se comporta, más posibilidades tiene de ascender.

Al mismo tiempo, los psicólogos enfatizan la naturaleza "sin clase" de sus resultados (como lo indica indirectamente el ejemplo de los autos híbridos en la intersección). Llaman la atención sobre el hecho de que aquí no se trata de afiliación de clase, sino de estatus social basado en la posesión de poder, y este tipo de relación puede encontrarse no solo entre grupos enteros de la población, sino también en una misma oficina y en una misma familia. La indulgencia por adulterio, por ejemplo, que se conceden los padres de familia, también se basa en ideas patriarcales: el hombre es el cabeza de familia, es decir, poseedor de un estatus superior, es decir, puede hacer lo que quiera...

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