Tos ferina: síntomas

La tos ferina tiene síntomas característicos; por regla general, esta enfermedad pertenece a la categoría de enfermedades infecciosas infantiles que cursan de forma aguda con manifestaciones clínicas evidentes.

El bacilo causante de la enfermedad es la Bordetella pertussis, una bacteria que muere sin el ambiente confortable del cuerpo humano. Por lo tanto, la bacteria no puede sobrevivir en el ambiente externo y solo una persona puede convertirse en una fuente de infección. La bacteria es especialmente activa durante las dos primeras semanas de la enfermedad, dado que la susceptibilidad a ella es muy alta tanto en niños como en adultos, y la infección se propaga de forma instantánea. Si el sistema inmunitario está debilitado, el contacto con una persona enferma conlleva casi un 100% de riesgo de infección y enfermedad. La tos ferina, cuyos síntomas se caracterizan por la tos, se transmite únicamente por vía aérea y líquida, es decir, por gotitas suspendidas en el aire, principalmente durante los ataques de tos seca y frecuente. Esta manifestación no se puede neutralizar con jarabes comunes ni con el calentamiento que se practica en casa.

La tos no se controla con el tratamiento antitusivo convencional, por lo que la Bordetella (Bordetella pertussis) puede infectar a cualquier persona que esté en contacto cercano con una persona infectada. A pesar de que esta enfermedad se considera una enfermedad infantil, los adultos suelen contraerla, pero de forma atípica. Casos no diagnosticados en adultos pueden causar la infección en niños que aún no han desarrollado una respuesta inmunitaria. No existe inmunidad innata, pero una persona que se ha recuperado de la enfermedad mantiene una respuesta inmunitaria adecuada durante toda su vida. En pediatría, se cree que los niños en edad preescolar son los más susceptibles a la infección, siendo más peligrosa para los niños desde su primer cumpleaños hasta los dos años. El período de incubación de la bacteria dura aproximadamente una semana (de 5 a 9 días); si el cuerpo está completamente sano y el sistema inmunitario intenta resistir, el período de incubación puede durar hasta tres semanas.

Los síntomas de la tos ferina son clínicamente evidentes y dependen del período:

1. Catarral;
2. Paroxístico (intenso, pico);
3. Etapa de recuperación.

Tos ferina: síntomas del período catarral

La enfermedad comienza con tos seca y persistente. Suele ir acompañada de secreción nasal y fiebre baja. El riesgo de esta fase suele ser el diagnóstico de una enfermedad respiratoria o broncopulmonar. La tos ferina prácticamente no presenta síntomas en esta etapa, no presenta signos típicos y cursa sin fiebre alta, y el paciente (niño o adulto) mantiene contacto con otras personas. La fase catarral es la más contagiosa, y es durante este período cuando se produce la infección masiva. El bacilo secretado por la tos permanece activo durante dos semanas. Al final de la segunda semana, la tos se intensifica, haciéndose más intensa, especialmente por la noche, en posición horizontal.

Período pico, paroxístico

La tos entra en la fase de ataque. Es muy típica de una enfermedad como la tos ferina, cuyos síntomas no se manifestaron en la primera etapa. El diagnóstico en este momento suele ser preciso y no genera dudas. Los paroxismos se presentan como una serie de siete a diez toses, seguida de una pausa y las "ráfagas" de tos se repiten. Durante una breve pausa, el paciente intenta respirar profundamente, emitiendo un peculiar silbido. Esta respiración en la práctica clínica se denomina "reprise". El paroxismo se reanuda; los ataques de tos se acompañan de la liberación de un esputo característico, que regresa al tragar o sale, a menudo por la nariz. Al tragar secreciones viscosas, se produce un reflejo nauseoso, por lo que el cuerpo intenta eliminar la mucosidad. La tos también se acompaña de un enrojecimiento intenso de la piel del rostro. Si un niño está enfermo, su cara se torna azul (cianosis) o se enrojece tanto por el esfuerzo que los microcapilares del globo ocular y los vasos sanguíneos de la cara revientan (síndrome hemorrágico). Se observa fatiga general y debilidad, y la tos ferina se manifiesta con un aumento de los ataques de tos incesante. El período de paroxismos de tos es muy largo, a veces hasta los tres meses; al final de esta etapa, los impulsos de tos disminuyen y se debilitan. Los bebés menores de un año son los más afectados en este momento. Su reflejo de la tos está poco desarrollado y los paroxismos parecen una interrupción de la respiración. Este retraso en la inhalación y la exhalación puede durar más de un minuto, lo cual es muy peligroso no solo para la salud del recién nacido, sino también para su vida. El peligro reside en la hipoxia a corto plazo, que en sí misma está plagada de problemas neurológicos, como mínimo.

Etapa de recuperación

Esta etapa comienza el día en que los paroxismos se vuelven menos frecuentes y la intensidad de la tos disminuye. Los síntomas de la tos ferina en este momento son inusuales y dependen del estado general del paciente y de la presencia o ausencia de enfermedades concomitantes. Por lo general, el debilitamiento de la tos y la disminución del número y la intensidad de los ataques proporcionan un alivio notable al paciente; sin embargo, es posible que se produzcan recaídas debido a un sistema inmunitario debilitado y a la aparición de una infección o virus secundarios (IRA).

Los síntomas de la tos ferina pueden presentarse según la forma. En niños menores de un año y medio, la enfermedad suele presentarse de forma moderada; en adultos, en una forma leve, los niños que no han recibido la vacuna a tiempo pueden enfermarse gravemente, especialmente los bebés menores de seis meses. La vacunación se considera la forma más eficaz de protegerse contra esta enfermedad; incluso si se contrae la infección, la persona se recupera con mayor facilidad y rapidez que los pacientes no vacunados.